Jenaro Villamil
01/03/2013 - 12:00 am
El Elbazo y la Elbitud
Atendiendo a la reflexión de Ricardo Raphael, conocedor como pocos de los entretelones del poder de Elba Esther Gordillo, respondemos a una duda: no es lo mismo el “quinazo” que el “elbazo”. El primero no fue sólo un golpe político espectacular sino una decisión de eliminar a un adversario interno, el entonces “líder moral” de […]
Atendiendo a la reflexión de Ricardo Raphael, conocedor como pocos de los entretelones del poder de Elba Esther Gordillo, respondemos a una duda: no es lo mismo el “quinazo” que el “elbazo”.
El primero no fue sólo un golpe político espectacular sino una decisión de eliminar a un adversario interno, el entonces “líder moral” de los petroleros Joaquín Hernández Galicia, enemigo peligroso para el ascenso de los tecnócratas que llegaron al poder con Carlos Salinas de Gortari.
El “elbazo” es un golpe político y judicial contra una ex aliada interna, pieza clave en el ascenso de Enrique Peña Nieto. Elba se atrevió a desafiar públicamente a un Presidente en pleno proceso de restauración y centralización del poder del Ejecutivo federal.
El mensaje en cadena nacional de Peña Nieto el 27 de febrero confirmó que el “elbazo” es un asunto de Estado y de gobierno, bajo el pretexto de proteger los recursos del sindicato magisterial.
El “elbazo” se convierte así, a 100 días del inicio del sexenio peñista, en un modelo para entender lo que Daniel Cosío Villegas llamó “el estilo personal de gobernar”. Peña Nieto va perfilando un estilo propio de mensajes múltiples a todos los poderes fácticos, amigos, aliados y adversarios.
El “elbazo” es una “acción legal y jurídica para proteger el patrimonio de los maestros”, han reiterado una y otra vez los voceros del PRI, de la PGR y el propio Peña Nieto, pero no mencionan la necesidad de democratizar el sindicato más numeroso de América Latina. Esta es quizá la principal coincidencia entre el “quinazo” y el “elbazo”: quitar a caciques disfuncionales para colocar a otros más dóciles.
La caída de Elba Esther sí es diferente a la de su ex mentor Carlos Jonguitud. Al ex Gobernador potosino y entonces Senador priista no lo metieron a la cárcel, ni lo exhibieron tras las rejas. Le dieron la opción de un exilio a modo, a quien durante 17 años fue el hombre fuerte del magisterio desde Vanguardia Revolucionaria. Jonguitud entendió muy bien. Puso sus barbas a remojar tras la aparatosa detención de “La Quina”. En paralelo, algo similar pretenden hacer con Carlos Romero Deschamps el actual dirigente de los petroleros.
En el verano de 1989 la presión de las movilizaciones magisteriales fue determinante para acelerar la caída de Jonguitud. Las marchas de maestros disidentes, que reclamaban la autonomía y democratización del SNTE, se convirtieron en un problema político y social de primer orden. Por eso se involucraron Manuel Camacho Solís, el regente capitalino entonces, y su operador político Marcelo Ebrard en la operación para encumbrar a Elba Esther.
En el invierno de 2013, Elba Esther no había perdido su capacidad de control ni de cooptación al interior del SNTE. Por el contrario, su cacicazgo se transformó en un auténtico matriarcado feudal.
Dueña de la franquicia sindical, de las plazas, de los relevos seccionales, de los funcionarios que definieron en el panismo la política de educación básica, Gordillo se sintió intocable, “amada por los suyos”, aunque repudiada por la sociedad.
Gordillo fue feroz en su batalla contra la CNTE. Financió spots televisivos y radiofónicos para distinguir al sindicato de la “coordinadora”, a la que criminalizó como revoltosos.
Quizá pensó que ese matriarcado feudal era lo suficientemente poderoso para enfrentar a la propia Televisa y a su ex vicepresidente, Claudio X. González, impulsor de las “campañitas” en su contra, como le dijo Elba Esther Gordillo a la multicitada entrevista con Adela Micha, la última que dio antes de ser detenida en el aeropuerto de Toluca.
Ese poder potenciado de Elba Esther la convirtió en más peligrosa que Jonguitud. Ella superó con creces al ex Gobernador de San Luis Potosí. Sus tentáculos se extendieron al interior del PRI, del PAN, del PRD y creó su propia franquicia partidista, el Panal, al tiempo que construyó una extensa red de alianzas y apoyos con políticos, intelectuales, empresarios, periodistas, funcionarios y medios a su servicio.
Elba construyó su propia Elbitud. Superó al maestro y se sintió más poderosa que su hacedor: Carlos Salinas de Gortari.
Paradójicamente, no fue con el PRI sino con los gobiernos de Vicente Fox y de Felipe Calderón, ambos del PAN, que la Elbitud se transformó en un poder fáctico que trascendió al sindicato magisterial.
Marta Sahagún y Vicente Fox la hicieron su socia en los negocios derivados del gobierno de la alternancia. Eso le costó su caída como coordinadora de la bancada del PRI en 2003 y su expulsión del PRI por “traidora”. A cambio, ella obtuvo acceso a la intimidad de Los Pinos y a muchos negocios con los hijastros de Fox. Aspiró a dominar el IFE a través de Luis Carlos Ugalde, quien resultó “su peor error”.
Astuta, Gordillo logró la derrota estrepitosa de su rival Roberto Madrazo en 2006. A cambio, Felipe Calderón le multiplicó los dones y los panes a la intocable por excelencia. Cuotas de poder del Estado se le entregaron a Elba: la Lotería Nacional, el ISSSTE, la Subsecretaría de Educación Básica de la SEP, el registro definitivo para el Panal, la coordinación técnica de la Comisión Nacional de Seguridad y se le permitió promover y capitanear a gobernadores, entre ellos, a Humberto Moreira y al propio Peña Nieto.
El riesgo es desmantelar la Elbitud a costa de abrir las compuertas de los auténticos negocios secretos del poder. La corrupción de Elba Esther Gordillo no fue una excepción sino la regla dominante en esta transición fracasada.
Por ahora, el manual de Maquiavelo se ha impuesto sobre el Manual de Carreño, el de las buenas maneras, en el estilo personal de gobernar de Peña Nieto. Ya demostró que es capaz de romper con sus aliados. Falta que demuestre capacidad para evitar el contragolpe.
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